miércoles, 17 de febrero de 2010

Tres minicuentos / Cecilia Taborda Echavarría


UN DÍA ME IRÉ

Me iré sin decirlo a nadie, ojalá, en una madrugada abrigado por la luna: escapar de adentro sin lágrimas ni presente.
—Su identidad ¿Extranjero?
—Desconocida, solitario de otro continente, imitador del lenguaje universal, habitante del invierno.
—¿Equipaje?
—Casi nada, todos los recuerdos fatigados.
—¿Dinero?
—Necesito muy poco, he sumado todo lo ambicionado.
—¿Familia?
—Desde ayer la dejé joven en la meseta, en el huerto de la humanidad.
—¿Olvidó los amores?
—Me asombran en la noche y ahogan el tiempo.
—¿Ya no pregunta las horas?
—¿Para qué? Malgastaría el único tiempo que tengo en días y noches.
—¿Quiere volver?
—Siempre se vuelve en giros ociosos, en pasos ancianos. Los odios, los rencores, la venganza me han perdonado, corro con el látigo de la fiebre de ser.
—¿Dónde estará hoy?
—En un lugar sin forma donde nadie esté en el pasado, donde no se obligue al futuro. Hace tiempo enfermé señor, sólo vivo en las cuatro estaciones.

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ESPEJO VIAJERO

Debo confesarme, poeta, soy intrusa en el espejo viajero, te estoy en deuda, visité la casa de tu alma. Hablando de ti, los amaneceres enmarcaron la meseta de inspiraciones en el paisaje de tus ojos, la memoria de Dios que escapó a tu noche de la nevasca. ¿Recuerdas, bardo de América, que compartimos una pena? Te llevaron los Llanos de Cuivá, me dejaste en el huerto. Los arenales fueron contando que una escuela envejecida por aquellos trajines de los caminos, sentó en nuestro arrullo a una maestra.
¿Por qué, poeta, no bailamos una sonrisa?
Vi a nuestras laderas natales silbar la prisa del camión. Volvamos a abordarlo, no sabrán si va a México. A la tierra, poeta, vuelven los versos.
¿Escribiste adónde vamos, sin volver?
Relaté en los atardeceres y en las violetas, nuestras locura, Barba Jacob.
¿Oímos el campanario de la humildad, tocar tus cenizas?
La escuela las habitó.
Espié a la nebliba comerse a nuestro pueblo. Vine, poeta, Cara de Caballo, a decirte que debes ser mi confesor.

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CONFIDENCIAS DE SAL

Oiga doña Lola, el borracho de Fidel salió anoche como a las diez de la casa de su inquilina, iba más torcido que un mico, vestido a esas horas de bermudas y camisilla, llevaba una rasca que no sabía para dónde pegar, se le veía, eso sí, la media de guaro, el paquete de marlboro y el collar hippie, que no le falta cuando va de carnaval, eso se lo oí decir a don Arcángel, el muchacho va mucho allá a llorar por la ingrata de los versos. Bañado en lágrimas ebrias nos contó que la conoció en una semana santa, fue como la aparición de una virgen solitaria y triste. El Fidel nos repitió que se convirtió en un ángel de alas negras, para poder arrimársele, casi no consigue que le diera el número del teléfono; le tocó volver a la otra semana santa y la encontró en la misma banca de la iglesia, con una sonrisa de hojas de primavera.
—Allá donde don Arcángel está ese pobre borracho, no para de dar suspiros profundos, no se mide al tomar y ya lleva una botella para poder seguir contando la historia.
—¿Doña Lola, usted que es la única amiga de ella, cree que de pronto se apiade de él?
—Vea, doña Concepción, se nota que ese hombre está bien tragado, pero así no la consigue, yo sé que la espantó.
—Ah, ...porque se le ve tumbado en las sombras del parque evocando sin sentido a su equipo perdedor, su empleo perdido y se le oye repitiendo el verso que ella le hizo en la misa mayor de aquella semana santa, donde soñaron ser un ángel y una virgen...
Se le ve todos los sábados donde don Arcángel, esperando que ella vaya a comprar por lo menos un poco de sal, le quiere robar una sonrisa de tienda.
—Me dijeron que ella sigue empeñada en hacer versos, pero que ni siquiera ha vuelto a comprar sal. Que a veces siente que él vuelve a tocar su tristeza en las rejas indiferentes de su puerta.

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Cecilia Taborda Echavarría. Poeta y narradora. Hace parte del grupo Escafandra y del taller de literatura de César Herrera. Tiene próximo a editar Obligado viento de mar, poemas.
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domingo, 14 de febrero de 2010

Tres minicuentos de amor / Bruno Salomón


EL MAR Y LA NÍNFULA

Es el verano, y la muchacha lo siente. El mar y su cuerpo tienen cada tarde esa cita secreta que sólo yo advierto: La miro echarse en sus brazos pataleando de gozo; la veo entregarse a su voluptuosidad, a su ímpetu de animal milenario y él la lame, la toma, empujándola suavemente en la orilla. Cómo ríe y se agita la muy pícara, cómo se curva izada sobre el cálido lomo del agua y luego, cómo se deja poseer hasta quedar exhausta, al vaivén de la ola, ninfa dorada, maliciosa, insaciable...La veo regresar al hotel junto a los suyos, con el último arrebol prendido a su frente. Atrás el viejo fauno la esperará soplando, agitando su espuma, toda la noche oscuro, estremecido.


(2007)
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ORQUÍDEA

Milena se despertó aún con sueño y recordó, aliviada, que no tenía que ir a trabajar. Entonces la puerta del invernadero se abrió de par en par y las demás flores susurraron molestas. El rubio jardinero se acercó hasta su rincón y, descaradamente, retirándola del tibio nicho en que reposaba, la desnudó ante las demás, la alzó en el aire y metió su enorme nariz entre sus violáceos pétalos. Seguidamente, los dedos comenzaron por rozar los bordes sensibilísimos de su corola, una y otra vez. Qué atrevido. Pero después de todo estaba a su merced, frágil y abierta a su lujuriosa inspección. Milena iba a desmayarse, y en efecto, perdió la noción de sí misma cuando el hombre recomenzaba sus caricias. De golpe abrió los ojos. Todo en el cuarto estaba en orden, excepto en su lecho y en los pliegues íntimos de su baby doll.

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RAYUELA*

Tiro la piedrita desde aquí, Maga. Tú duermes todavía junto a Rocamadour. Asciendo a tu pequeño cielo, junto a tus ojos cerrados, tu cuerpo en reposo, cálido. El único lugar cálido que va quedando en este helado Paris hace rato abandonado por los amantes. Qué importa que apenas me percibas como sombra de ciprés trasponiendo la claridad que aún refleja tu rostro. Sí. Para mí es suficiente con haber vuelto a la página amada donde duermes al lado de Rocamadour, soñando con la luz de un verano sin fin. La piedrita queda junto a tu almohada. Cuando despiertes, te preguntarás quién pudo traerla allí. Será otro de esos pequeños misterios del día que reconfirman tu nombre, Maga.

*(12 de febrero, homenaje a Cortázar en su aniversario)

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lunes, 1 de febrero de 2010

La poesía es el fuego robado a los dioses / Bruno Salomón


Cuando ya no basta la razón para entender la realidad, la poesía nos abre su puerta en llamas. Cuando el mundo y la vida nos desbordan, sólo ella alcanza a darnos la señal esclarecedora a través de unas palabras tocadas por el sortilegio, la verdad, el misterio del mundo y la vida que se nos escapa.

La poesía es el fuego robado a los dioses por el poeta, moderno prometeo que expía en soledad e incomprensión ese destino entre los hombres… Es el poeta un condenado al suplicio permanente bajo el duro sol de la palabra y el castigo renovado e inacabable del buitre de su lucidez que desgarra su espíritu día y noche. Por ello, ser poeta no es nunca un privilegio fácil ni un simple “arte” común al servicio del placer general o los tópicos sentimentales del momento. La poesía va más allá de las bellas palabras, ritmos y rimas bien sonantes que halagan por un instante el oído ávido de complacencias cómodas. Es, por el contrario, la desnudez absoluta, la síntesis quemante del verbo original abriéndose paso a través de la carne y los sentidos, a través de la sangre y el alma del hombre; la que le da el ser real al poema: lo demás, como decía Baudelaire, “es literatura”.

La poesía es un río poderoso e indetenible más bella cuando fluye tumultuosa, incluso cuando se desborda, cuando se vuelve turbia al recoger todo aquello que el entorno le aporta. Río nocturno cantando con su voz de limo, escombros, soledad y catástrofe porque la poesía será siempre expresión libre del ser y de las cosas, no sujeta a cánones, a academias ni a formas rígidas (signos cambiantes de la cultura). Ella trasciende esos límites y se proyecta más allá del tiempo y de las circunstancias históricas. La poesía es sólo espacio en libertad del sueño y de la vida, no un sucedáneo más, un instrumento utilitarista de las emociones fáciles, del sentimentalismo epidérmico. La poesía auténtica nos compromete con lo más hondo, nos revela la verdad y la extensión extraña del mundo. Nos cuestiona, nos sacude, nos revuelca, nos tira al otro lado de nosotros. La poesía es revolución del espíritu, es guerra a la costumbre, al orden estático, a la petrificación, a la muerte. Ella es movimiento, volición, incendio, estremecimiento, experiencia límite del espíritu, aventura peligrosa de dimensiones sobrenaturales donde el hombre reencuentra el hilo de su laberinto interior hacia la luz, hacia su verdad en medio de la dispersión y la contingencia del tiempo al que fue arrojado desde lo inmemorial.

Ser poeta es, por lo demás, estar ardiendo de continuo bajo la mirada multívaga del cosmos, vivir alimentando el fuego eterno de cien mil millones de galaxias en la propia sangre, el propio corazón reconectado con su origen.

(1992)


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Bruno Salomón. Lector y escribidor a la sombra del vacío. Husmeador de periódicos en cafés y parques de Envigado, soñador de muchachas y habitante irredento de la melancolía.

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